jueves, 26 de agosto de 2010

Estás contando

Estás contando estrellas,
a saltos de una a otra,
mientras ensayas sonrisas
para un primer momento.

Yo te busco cada noche
entre los baúles que ya
nadie recuerda,
en el sonido de las
palabras que nadie dice,
en las caricias
que ya no resbalan.

Y tú en lo alto

sin poder abrir los ojos
con toda esa luz
que debe haber
en los jardines de universo
y sin querer venir
a llenarme los días de flores.

No me reconcilia

Son inofensivas, cuando están en una caja en el estante de una librería. Podrían estar al alcance de un niño que, ahí metidas sin humano con arma cerca, las balas son inofensivas. Sin embargo ¿por qué me resultan tan incómodas?

Leí hace poco un artículo relacionado con la elección de un tipo de bala nuevo para el ejército español que garantiza la muerte del fenotipo del hombre afgano. En resumen, el artículo decía que habría que dejarse de demagogias, si es Manolo (representante del español en guerra) el que está delante del afgano, que la bala sea rápida y lo suficientemente destructiva como para matar y salvar la vida (no sabemos por cuánto tiempo) de nuestro soldado.

Convivo con una persona que en su vida laboral lleva un arma. No me cabe ninguna duda, ni me tiemblan los dedos sobre las teclas al escribir, que quiero que las armas de esta persona le permitan sobrevivir siempre frente a cualquier amenaza. También creo que, si siento mi vida o la de alguien querido en riesgo, sería capaz de utilizar un arma si con ello creo salvar la vida de estas personas o la mía. Sin embargo, esta certeza no me reconcilia.

Este reconocimiento no pasa de ser la aceptación de una reacción humana que no sirve, en mi caso, para justificar la idea de la existencia de las armas ni la justificación de la violencia. A parte de aceptar lo concreto, de entender las causas que llevan a un individuo a una determinada acción, no quiero perder de vista la convicción de que nunca una acción violenta ha construido nada, nunca ha hecho evolucionar ni mejorar. Creo que un acto violento es la semilla de uno nuevo que intentará ser más aleccionador que el anterior y, por lo tanto, más destructivo.